El impacto paisajístico es brutal, desnaturaliza de forma grotesca la imagen de bosques, sierras, paramos y mares, desplaza poblaciones de todo tipo de animales por la ensordecedora contaminación sonora que producen, se abren miles de kilómetros de enormes vías de acceso por las que transitan descomunales grúas, tráilers y maquinaria pesada de obra, se vierten millones de toneladas de hormigón en las bases donde se anclan estas bestias de acero.
Todo esto si entrar en los impactos ambientales deslocalizados, los que se producen en las zonas de extracción de los materiales necesarios para su construcción.
Además de estos y otros muchos impactos ambientales, este modelo de implantación supone un enorme trasvase de dinero público hacia los rebosantes bolsillos de empresas multinacionales energéticas y fondos buitre.
Una descomunal estafa en nombre del ecologismo orquestada por lxs gurús del «capitalismo verde», y por desgracia, bendecido por una parte sustancial de las grandes organizaciones autodenominadas ecologistas.
Lo llaman transición, pero se trata de una transacción, una vez más, de capital público hacia el sector privado.