Nuestra sociedad se enfrenta a una grave crisis ecosocial. En 2009 un grupo de científicos estableció nueve procesos1 que regulan la estabilidad y resiliencia del sistema Tierra y que no habría que sobrepasar para garantizar el desarrollo de la sociedad. En septiembre de 2023, en apenas 14 años hemos sobrepasado la zona segura de seis de los nueve límites: el calentamiento global, la biosfera, la deforestación, los contaminantes y el plástico, los ciclos del nitrógeno y el agua dulce. Particularmente preocupantes son los puntos de inflexión, donde un pequeño aumento en la temperatura global podría dar como resultado un gran cambio en el clima. Sobrepasar esos puntos de inflexión podría desencadenar otros en cascada y algunos siguen estando poco estudiados.
El sobrepasamiento de estos límites no asegura hecatombes inmediatas, pero los científicos afirman que “en conjunto, marcan un umbral crítico para aumentar los riesgos para las personas y los ecosistemas de los que formamos parte”. Así, catástrofes ambientales, extinción de especies, escasez de agua, migraciones climáticas, ruptura de las cadenas logísticas y contracción en la producción de alimentos son síntomas, que en este momento presentes mayoritariamente en el Sur global, nos anuncian lo que será la “nueva normalidad”.
Ante la gravedad de la situación, debemos tomar medidas urgentes y radicales antes de finalizar esta década. Sin embargo, el movimiento ecologista institucionalizado, cuestionado por cientos de plataformas de base, dependiente en gran parte de subvenciones estatales o de empresas (vía fundaciones), y más preocupado por sostener su statu quo y los privilegios y prebendas de sus “profesionalizados” dirigentes, sufre una disociación cognitiva, ya que, sus respuestas, no pasan de recursos jurídicos, reuniones con los políticos y empresarios, notas de prensa o informes técnicos. Nos engañamos si pensamos que esto nos va a salvar.
Como bien advierten los científicos, “el camino hacia el desastre climático está pavimentado de estudios de viabilidad y evaluaciones de impacto”. Y para enfrentar este desastre necesitaríamos un movimiento similar al existente en nuestra vecina Francia por los compañeros del movimiento nucleado alrededor de Soulevements de la Terre, que ha logrado articular numerosas luchas, rompiendo el localismo (“que hay de lo mío”) dentro de un marco claramente decrecentista y anticapitalista, ya sea en convocatorias antiextractivistas, contra la contaminación del aire por una fábrica de cemento, o contra la construcción de autovías o aeropuertos.
El despliegue de macro-renovables, que está arrasando la “España vaciada” y las zonas periféricas de otras comunidades, es perfectamente legal. Tanto la UE en diversas ocasiones, como el gobierno central, o los autonómicos, han apoyado/aprobado las normativas necesarias para sembrar estas zonas de estos proyectos. Todos los partidos del espectro parlamentario y las centrales sindicales subvencionadas están de acuerdo. Por su parte, el ecologismo oficial (el llamado G5), con línea directa con el gobierno más progresista de la historia, o bien apoya el despliegue de la eólica marina, o guarda silencio en otros casos, y en la práctica se mantiene inactivo, bajo el mantra de que es urgente descarbonizar la economía, cuestión esta cierta, , pero dejando a un lado la única posibilidad de reducir las emisiones, que es el decrecimiento. Por otra parte, las vías jurídicas para recurrir la epidemia de proyectos, aparte de ser prohibitivas económicamente para la mayoría de plataformas dado que no hay una estructura solidaria de letrados -sino que todo pasa por despachos privados-, conlleva plazos muy largos que la urgencia del despliegue no permite. Además, aunque es obvio que lo que se está implantando son sistemas energéticos centralizados (Renovable Eléctrica Industrial, REI), en manos de grandes empresas para su negocio, en lugar de sistemas descentralizados y a pequeña escala para garantizar las necesidades de la población, la ubicación de los parques en zonas muy despobladas y envejecidas condicionan y limitan la respuesta en la calle. Mientras el mundo urbano y el rural se den la espalda, y el primero solo vea lo rural como apéndice turístico y vacacional ocasional, y no como un elemento imprescindible en un futuro no muy lejano para reorganizar la existencia, la defensa de la tierra lleva las de perder.
Las mal llamadas “renovables” no van a frenar el calentamiento climático, al contrario, están colaborando en su aceleración. Los paneles solares y los molinos eólicos están hechos de metales, plásticos y otros compuestos químicos, elementos que han sido extraídos del suelo, transportados, transformados y acoplados. Este proceso extractivista tiene lugar fundamentalmente en nuestro patio trasero, los países el Sur, que cargan con los efectos colaterales: destrucción de hábitats, contaminación del agua, desechos tóxicos, conflictos armados, todo para intentar garantizar en el Norte el mismo nivel de consumo y despilfarro energético al que llevamos enganchados unas pocas décadas.
Por lo tanto, para fabricar y poner en marcha estos sistemas se necesitan quemar grandes cantidades de combustibles fósiles, triturar montañas para conseguir “tierras raras”, para luego ser fabricados mayoritariamente lejos de nuestros países, etc., con el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero consiguientes. Gobiernos y empresas saben que no existen suficientes materiales para su despliegue, pero siguen alimentando el negocio. Incluso hay quien defiende que la cantidad de energía utilizada para todo el proceso, más la derivada de los costes asociados a su desmantelamiento (estos sistemas duran entre 20-30 años) son inciertos y podrían ser mayores que la producida durante su vida útil.
De cualquier forma, como consecuencia los últimos datos disponibles demuestran que las emisiones mundiales siguen creciendo. Aparte, la adición de “renovables” no va acompañada de una sustitución de las centrales de combustión de fósiles. En muchas ocasiones las térmicas de carbón están siendo sustituidas por centrales de biomasa (como mínimo igual de contaminantes), cuando no reabiertas de nuevo como ha ocurrido en Alemania. Continúa la vorágine energética.